Cubaencuentro - Alberto Méndez Castelló, Las Tunas
La gente sufrirá inanición aquí si el mundo no pone los ojos en este pueblo, destruido quizás como ningún otro por el huracán Ike. Por su parte, parece que el gobierno cubano no antepondrá el dolor de la gente a las valoraciones políticas.
Entre las diez de la noche del domingo 7 y las cuatro de la madrugada del lunes 8, vientos superiores a los 200 km por hora destruyeron o dañaron nueve de cada diez casas de Puerto Padre, Las Tunas. Aun las viviendas de hormigón armado sufrieron daños en puertas y ventanas o en habitaciones auxiliares.
El techo del almacén municipal de harina fue destruido y el almacén de café, conformado por gruesas paredes de mampostería, se vino abajo como si lo hubieran dinamitado. Un profesor de secundaria murió aplastado por las paredes de su vivienda y una mujer que sufrió heridas al paso del huracán, ha fallecido.
No hay agua potable ni provisiones de emergencia, y salvo alguna que otra oferta, el pueblo no cuenta con más abastecimiento que el del racionamiento vigente ya hace décadas.
De noche, Puerto Padre tiene la apariencia de un cementerio abandonado y, de día, usted siente que se hunde en un vertedero. Montones de escombros y de árboles derribados bloquean las calles, sorteadas a duras penas por gente estupefacta. Es un paisaje surrealista, no hay alumbrado y se necesitará de tiempo y recursos para recomponer las líneas, son demasiados los postes tirados en el suelo y los cables sueltos.
La inercia del gobierno, otro huracán
Sobre la destrucción del huracán, el pueblo sufre la inercia del gobierno. Pasadas las tres de la tarde del martes 9, llegó aquí el vicepresidente primero, Machado Ventura.
En la calle Vicente García, justo frente al almacén de café derrumbado, un grupo de personas ha accionado una vieja bomba manual para conseguir un poco de agua potable. Cuando el vicepresidente llegó, pidió a las víctimas del huracán recoger las tablas esparcidas y enderezar los clavos, porque, aunque llegarían recursos, estos no alcanzarían para todos.
"Pues lo que necesitamos son recursos, y no palabras ni imágenes para la televisión", dijo María Velázquez a Machado Ventura, quien se retiró presuroso del lugar.
Hay sensación de desamparo. En los barrios, el pueblo no encuentra el apoyo del ejecutivo y en las calles se nota la ausencia policial; ya se reportan actos de pillaje.
Preguntando a los refugiados en la escuela Manuel Ascunce si las autoridades habían visitado las zonas de desastre, contestaron que las habían visto pasar en helicóptero. Cinco edificios construidos para los médicos, los que cumplen misiones en el exterior, fueron tomados a viva fuerza por refugiados que permanecían hacinados, a quienes los custodios optaron por entregar las llaves antes de que estos rompieran las puertas.
Directivos municipales fueron removidos de sus cargos por su inercia manifiesta, pero quienes los reemplazaron no lo están haciendo mejor; están llegando recursos, pero son como un emplasto en un tajo: se trata de medio siglo sin reparación de viviendas y de cincuenta años de construcciones frágiles.
Lo demuestra que el edificio más viejo de la ciudad, un fortín construido por el ejercito español en 1875, capeó el huracán sin agrietarse; pero es que "el fuerte de la loma", declarado monumento nacional, ha sido objeto de reparaciones periódicas.
Ahora esta ciudad y toda Cuba precisan ayuda internacional sin importar credos políticos. La política no debe erigirse sobre los escombros, porque en ese caso sería un escombro de política. Nadie en este mundo, de forma moral ni legal, está autorizado a cerrar el paso a la ayuda a las víctimas. Cuando los albañiles tienen trabajo, los políticos deben guardar silencio.
Desde Puerto Padre - Las Tunas
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